Leo todavía a los poetas contemporáneos.
Para digerirlos, o no verlos más.
Espero todavía en el baño
o en la cocina descomponer el viejo
cuerpo, cuerpo viejo. Sería hábil
ahora en escribir versos irreprochables,
pero la muerte acucia, nada me interesa
sino su dura lección cerrada
en mi lóbrego cuarto.
No quiero odiar, escribir poemas
de odio visceral. Lo que resta
es árida concurrencia, desleal
pacto con el Mal.
Así huyo de mi mismo, de ti
solapado poeta que te has vuelto
cáncer de inicuas sanciones
morales, entre denuncia impotente
e impotente odio mortal
contra o hacia quien amabas:
el canto, o la herida, o los torvos
consejos, parándome quizás en la avenida
Vittorio en busca de un bolígrafo
para apuntar versos ridículos
infames, hilvanados de ternura.
El amor son cuatro luces (ojos)
que dan vueltas y lo echo todo
a rodar.
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