No diré que te veo
porque nadie te ha visto
y también mentiría si dijera
que te siento latir en mis entrañas
o bullir en mi sangre.
Pero una voz sin voz,
una dormida
campana de silencio
te anuncia, sin que pueda confirmarlo
la tozuda razón, engendradora
de prodigios y monstruos,
sin que pueda tampoco desmentirlo
el rumoroso orgullo.
Yo sé que estás ahí
-no digo dónde porque nadie lo sabe-
como sé que se acerca la mañana
cuando llega la brisa a despertarme.
Yo sé que estás ahí
como saben los niños que esa voz que no entienden
y esa caricia única
anuncian a la madre que ni a nombrar alcanzan.
Yo sé que estás ahí
-y no voy a ofenderte demostrándolo-
como un oscuro bálsamo sobre la piel del tiempo.
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