Sacaba una manita por ver si el nuevo espacio
era algo parecido al refugio en que estaba.
Supo lo que era el frío y volvió a sus dominios.
Después puso el oído y el ruido que escuchaba
era no sólo extraño sino lleno de furia,
agorero funesto de huracanes torcidos,
antesala difusa de una dura batalla.
Sacó el ojo derecho, el ojo más curioso,
para tener un claro retrato de este mundo,
pero quedó impreciso por ser precipitado,
y no le gustó nada ni el color ni la forma.
Con un pie quebradizo pisó sobre la tierra,
y ya no tuvo tiempo de volverlo a su sitio,
ni dar un paso apenas en aquel laberinto.
Por la fosas nasales percibió al mismo tiempo
una tierna fragancia y el olor de la muerte.
Probó por fin el fruto del nuevo paraíso
y allí quedó atrapado sin voluntad alguna
y ya no dependiendo de su propio criterio.
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